Decía San Juan Pablo II que lo contrario de amar no es odiar sino usar. Cuando comenzamos a usar al otro, no estamos viviendo un matrimonio sino una sociedad matrimonial. El otro solo nos interesa por lo que reporta, por el servicio que nos presta, pero no nos interesa por él mismo.
Sociedad Matrimonial.
Hay muchos matrimonios en los que los esposos se limitan al rendimiento o rentabilidad que pueden obtener del otro.
Cuando no se obtiene la rentabilidad deseada “se les acaba el amor”.
Parece que el uso del otro ya no es satisfactorio. Usar al otro es algo impensable para los esposos que se quieren.
Yo puedo ser accionista de una sociedad mercantil. Invierto mi dinero y a cambio obtengo unos dividendos o intereses por mi inversión. Esta inversión puede durar toda la vida siempre y cuando obtenga los intereses esperados.
Mientras estoy obteniendo dividendos continúo siendo accionista. Si me sale otra sociedad que me ofrezca mejores dividendos, o si ya no me produce lo que espero, por supuesto que me deshago de estas acciones y compro estas otras para mejorar la inversión.
O sea que el planteamiento real que subyace en este tipo de relaciones es el uso del otro. Claro que, esto es muy fuerte, y como somos muy educados y muy sensibles y no podemos soportar la verdad de nuestras verdaderas intenciones, entonces lo falsificamos como amor. Y cuando cambiamos es porque se nos acabó el amor, no por otra cosa.
En esta sociedad nuestra cada vez más se extiende el uso del otro. Nos relacionamos con los demás según las ganancias, intereses o retribuciones que nos aportan. Soy “amigo” tuyo porque me conviene, porque algo saco. Cuando ya no me seas productivo no te preocupes, que ya no estaré contigo.
Desgraciadamente esto se está extendiendo a la convivencia familiar, y más concretamente a las relaciones de pareja. Parece que, como medida de seguridad ante una posible bajada en los rendimientos esperados, en los intereses que quiero, lo mejor es que nos vayamos a vivir juntos, a estar de prueba, para conocernos y no sé que cosas más.
Cuantas menos ataduras y compromiso, mejor que mejor.
¿No es acaso esto lo que hay realmente entre la cohabitación o la unión libre de hecho?
Las experiencias últimas en los cursos de preparación al sacramento del matrimonio me muestran como casi más de la mitad de las parejas que se van a casar ya llevan bastante tiempo conviviendo. Parece ser que es que ya sí se conocen. (Al menos eso es lo que creen ellos).
Yo llevo cuarenta años con mi esposa y todavía, confieso, hay muchos aspectos que son desconocidos para mí. Toda persona es un misterio al que jamás llegaremos a conocer en su plenitud.
La unión libre de hecho es vivir como matrimonio estable sin haberse casado, pero con la intención de permanecer viviendo así.
La cohabitación o matrimonio a prueba, carece de compromiso e institucionalidad.
Lo que sí subyace en estas dos formas de convivencia es la inestabilidad y la falta de compromiso. De la pareja entre sí y frente a los hijos que puedan surgir de la relación.
Elegir a otra persona es algo mucho más serio y de más fortaleza.
No normas morales o religiosas sino lo que funciona y lo que no.
En la medida de lo posible, y me cuesta mucho trabajo, intento hacer realidad mi profesión de fe de cristiano. Como persona adulta he llegado al conocimiento de que lo se llama pecado no es ni más ni menos que aquello que me causa un mal a mí o a otra persona. Incluso sin fe alguna, entiendo que por principios no puedo causarme mal a mí o a alguna otra persona. Aquellos que tienen planteamientos infantiles en su fe piensan que las normas religiosas solamente están puestas para incordiar. Si este es tu pensamiento, con todos los respetos, tienes un pensamiento infantil.
Como cristiano también, tengo que contemplar que otras personas también pueden profesar otra fe o no profesar ninguna, por lo que mis planteamientos morales no los tengo que imponer, solamente los puedo proponer.
Pero hay cuestiones que yan son de simple vida. Si en tu relación con el otro lo que haces es usarlo, tu relación no puede ser ni buena, ni positiva, ni fructificar ni nada de nada. Porque no amas, estás usando, y cuando usas no te relacionas con una persona, sino con un objeto.
Salvo situaciones excepcionales, que existen por supuesto, el “vámonos a vivir juntos” que es muy guay para muchos, no es ni más ni menos que el uso del otro. No hay matrimonio, hay una sociedad matrimonial (carácter mercantil).
Es curioso lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
¿qué puede significar una unión en la que las personas no se comprometen entre sí y testimonian con ello una falta de confianza en el otro, en sí mismo, o en el porvenir? (CIC 2390)
Falta de confianza en el otro, en sí mismo, o en el porvenir. ¿Es así como quieres empezar tu vida de pareja?.
Por cierto, me viene a la cabeza aquella célebre frase del “…manda huevos…” que pronunció en el Congreso el ministro Trillo ante una propuesta que nadie entendía. Y me viene porque muchas parejas de novios que se dicen cristianos, de familias también muy cristianas ven con absoluta normalidad esto de vivir a prueba. Luego si les va bien, celebran el bodorrio. O puede ser también que tengan que hacer obra en el piso y también hacen el bodorrio para un “atraquito” a los invitados y sacarse así algún dinerillo.
Seamos conscientes de cómo nos estamos relacionando en nuestro matrimonio como esposos. ¿Nos queremos o nos usamos?. No hagamos más falsificaciones del amor.