En la relación de pareja siempre sucede que, uno de los miembros hace algo que hiere profundamente al otro. A veces, si no se consigue hablar y tratar de ello, la herida persiste y puede destruir ese amor que se tienen. Es muy dificil saber tratar correctamente las heridas.
Para ello siempre hemos de considerar que
Las heridas son inevitables en el matrimonio.
Primera consideración: por mucho cuidado que tengamos en nuestra relación no podemos evitar que, en algún momento de esta relación toquemos un punto sensible del otro y que esto dé lugar a que se le hiera. En la relación de pareja esto es más que sensible pues no podemos actuar continuamente como si nada hubiera pasado. Tarde o temprano nos mostramos como somos. Nuestras diferencias chocan unas contra otras, se producen incompresiones, malos hábitos y con tiempo también defectos de carácter. Con todas estas cosas complicamos la vida, aunque nos esforcemos en complacernos mutuamente.
Además, ahora queriendo vivir en un plano de igualdad las parejas se encuentran en una tarea muy difícil. Tienen que buscar continuamente un equilibrio entre las necesidades del yo y las necesidades del nosotros. ¿Qué necesito yo como persona y cuánto estoy dispuesto a invertir en mi relación, en mi matrimonio? ¿En qué cosas tengo que ceder, en qué cosas tengo que imponerme? Entonces se empieza a chocar porque muchas veces tenemos criterios muy diferentes, y de estos choques ya las cosas no transcurren sin lesiones.
Por mucho empeño que pongamos, es inevitamos que nos hagamos daño y nos culpabilizemos mutuamente; parece que nuestro destino siempre es herir y culpabilizar precisamente a las personas que más queremos.
No ocultar los problemas
Las heridas siempre dejan huella en nuestro corazón y en nuestra alma. Debemos eliminar estas heridas porque las heridas que no se eliminan debilitan nuestro amor y lo matan, más tarde o más pronto. Nos planteamos entonces ser generosos con el perdón hacia el otro. Pero, cuidado con este perdón.
Muchas veces este perdón autoimpuesto, tan generoso que parece por nuestra parte, a veces no es más que una simple forma de represión, pues aunque lo neguemos, en nosotros, en el fondo de nuestra alma se va quedando un rencor sordo, y toda nueva herida que vamos recibiendo es “olvidada”, pero va dejando un rencor cada vez más grande en nosotros que nos aleja de nuestra pareja. Es como una herida que ha sanado superficialmente, pero por dentro está llena de pus. Todo parece que está bien, pero por dentro el amor puede esta muerto. POr ejemplo, que la relación sexual deje de funcionar puede ser un síntoma de que los dos cónyuges, o al menos uno de ellos han tenido muchas heridas que no se han tratado. Que estas cosas pasen, en la mayoría de las veces no es por mala voluntad sino por impotencia de no saber qué hacer ante estas cuestiones. Si es así, algunas de las siguientes propuestas pueden funcionar.
Reconciliación.
Es conveniente que, como pareja no arrastremos los problemas. Lo deseable, aunque esto no siempre es posible, es que cuando siente que ha herido al otro, procure remediar la situación cuanto antes, porque cuanto más tiempo dejemos pasar más dificil será el tratarlo.
Muy bien. Pero ¿cómo se hace esto de la reconciliación?
Lo primero y fundamental es que quién ha herido al otro lo reconozca. Tenemos aquí la primera dificultad: con mucha frecuencia uno tiende a no reconocer esto, a que lo hizo sin intención. Entonces, ante esta negación lo que hace es añadir más daño al otro. Así no se arreglan las cosas.
Con independencia de si hubo o no intención, lo cierto es que he herido al otro. No busquemos disculpas. « Lo cierto es que te he herido » es mucho más efectivo para la relación, porque esto me está pidiendo humildad con el otro.
Segundo paso: pedir perdón. « Lo siento, perdóname.» Sé que estas palabras a mucha gente les resulta extremadamente difícil. Significan que se reconoce la culpa y el error, dando entender entonces que estamos supeditados a la otra persona para que las cosas puedan volver a funcionar. Cuando hacemos algún daño a nuestra pareja necesitamos su perdón y tenemos que pedírselo. Es así de simple.
Con frecuencia, cuando el otro ha recibido de nosotros el reconocimiento de nuestra culpa y le hemos pedido perdón, muy a menudo se siente aliviado, y es posible que perdone de corazón.
Pero a veces tenemos que dar un tercer paso, porque las palabras ya no bastan y tenemos que añadir una «acción», una obra de desagravio, para que pueda realmente perdonarnos de corazón porque con esto estamos demostrando tanto el reconocimiento de la herida producida como la compensación del daño producido. Así estamos realmente restaurando nuestra relación que se ha roto por esa herida.
Reconocer el daño causado, pedir perdón y desagraviar con obras son los pasos básicos que podemos dar, cuando hemos herido a nuestra pareja, para eliminar realmente el daño causado y conseguir la reconciliación. Naturalmente esto siempre que el otro quiera.
Pues muy bien todo esto, pero qué pasa en el «herido, en la víctima».
Lo que ha de hacer el herido.
Lo primero que ha de hacer es tomar conciencia, y en serio, de la herida recibida. Ha de tener el valor de reconocer que está enfadado con su pareja. Y mucho ojo con esta cuestión porque tendemos a eludir esta cuestión y entonces podemos tomar dos caminos: a) Uno mismo se rebaja y piensa que tampoco es para tanto; b) Uno se pone tan alto y está por encima que piensa «el pobre es que no da más de sí». Estas dos maneras de ignorar la herida tienen un alto precio y consecuencias más malas que buenas a largo plazo: pues uno se está despreciando a sí mismo o al otro. La herida está dejando una huella que con el tiempo saltará y romperá seguramente la relación.
Así pues, lo segundo a hacer es hacer comprender a mi pareja y de manera inequívoca que me ha herido y de qué modo lo ha hecho: «Estoy muy enfandado contigo porque… y me has sentir entonces…» Si no expresamos el dolor por el daño recibido y guardamos silencio quedándonos con la humillación o la ofensa, se crea una situación muy destructiva, pues semejante reacción confunde al otro, como que no ha pasado nada. Surgen así malentendidos fatales.
En tercer lugar, hay que tener presente que, cuando hemos sido heridos por nuestra pareja, siempre tenemos la posibilidad de iniciar una rivalidad destructiva: «¡Ahora te vas a enterar de lo que vale un peine!» Puedo guardar la herida en un registro secreto de faltas y añadirle nuevos apuntes cada vez que se repite. De este modo el otro es más culpable y más pecador y así puedo despreciarlo cada vez más, y en cada oportunidad que se me presente puedo mostrarle enseguida el registro de faltas, y de ese modo hundirle moralmente. Claro que así solamente consigo hacer imposible la reconciliación y que la relación se aleje cada vez más.
Por esto también es necesario que el herido sea humilde y que renuncie a tomar estos caminos. Toda herida que me provoque mi pareja es un arma peligrosa en mis manos. Lo peor que puedo decir es: «¡Esto no te lo perdonaré nunca!». Es como tenerle cogido por cierto sitio (…ya me entendéis…)y puedo hacer que rabie durante todo el tiempo que yo quiera. Lo lamentable es que ya la situación no tiene arreglo posible.
Si uno realmente piensa así, esta frase de esto no te lo perdonaré nunca, lo mejor puede hacer es ser honesto/a porque lo que está diciendo realmente es que la relación ha terminado. De hecho, no pocas ofensas entre cónyuges aniquilan realmente el amor, pero no perdonar nunca más equivale a no restablecer nunca la situación anterior. Entontces, sinceramente es mejor separarse y no amargar más la vida de mi pareja y la mía co mi ira y mi afán de venganza.
Pero si hay buena voluntad entre los esposos, en la inmensa mayoría de las veces se puede poner remedio a las ofensas producidas. Se puede iniciar así un proceso incluso de enriquecimiento de la relación al producirse la restauración de la dignidad de tu pareja: «Lo que eres es más importante para mí que lo que has hecho».